El Tubo...

y sus muchas aplicaciones en las aventuras de un ruletero con nombre telenovelero y que pone a prueba su confianza en la cerveza

Publicado el 2025-05-18 por Carlos Garcia Garibay

A Juan le decían el Burro y no precisamente por orejón. Juan Aravena es homónimo con un personaje de una telenovela de la época de oro chilena. Juan ni siquiera ve televisión, es ajeno al tema. Fue Alejo Medina, quien tiene el gusto culposo de disfrutar esas obras, el que tuvo la ocurrencia de llamarlo así en una noche de borrachera. El mote fue pegajoso y después de resistirse un tiempo lo fue aceptando. Incluso bautizó a su carro como "Luis Miguel", igual que el burrito que acompañaba al personaje y principal responsable del apodo.

Como conductor de plataforma ha sido espectador privilegiado de no pocos actos de cotidianeidad humana. Cosas de la vida.

Ese día había sido particularmente intenso.

Cada viaje es la oportunidad de pasar de una historia a otra de una manera tan drástica que, de pasar de un viaje silencioso desde Providencia hasta Ladrón de Guevara, puedes estar en un santiamén viajando hacia San Juan de Dios con un grupo de cuatro pasajeros trajeados en gris, cada uno cargando con un librito y llamándose los unos a los otros "Pastor". Muy religiosos, sí. Pero eso no impedía que fueran hablando de lo lindas que son las chicas que van a los servicios del Alcance Victoria.

En San Juan de Dios fue donde vino algo de lo intenso.

La calle Huerto solo tiene cinco cuadras de largo. Desde Prisciliano Sánchez hasta Pedro Moreno. Larga para tan corta. Si uno la camina de principio a fin se encontraría con tiendas de ropa para novias, bautizos y primeras comuniones; hoteles, un montón de tiendas de electrónica, huesarios de computación, una tienda de armas deportivas, una cuadra repleta de chicas. Tú sabes, chicas. Y también, la primera, entre Prisciliano y Madero, la cuadra más depresiva, fría y opresiva que había conocido.

Opresión. Si tuviera que describir la sensación con una palabra sería esa.

Cuando Juan circuló por esa cuadra era temprano, apenas después de las tres de la tarde. No estaba oscuro pero hasta la luz parecía marchita. La calle estaba vacía pero la sensación que daba calaba en los huesos. Sintió frío, sintió peligro y también sintió miedo. Sobre todo, sintió la necesidad de salir de allí y no volver.

Canceló el viaje y decidió no levantar a nadie más, al menos hasta que saliera de ese rumbo. Decidió enfilar hacia San Juan Bosco. Siempre había trabajo por ese lado. Aún sentía escalofríos en la nuca.

Lo dicho, era temprano y eso no sería lo más intenso de su día.


Don Lupe Barrera contaba una más de sus anécdotas de los días en los que trabajó en la cervecería. Podía hacerlo mientras preparaba los tragos tras la barra. Pericia de buen cantinero. Contar anécdotas y preparar bebidas. Una especie de contraparte de Tyrion Lannister, quien es bueno, en cambio y como es bien sabido: "Para saber cosas y beber".

En esto estaba cuando el Burro entró al Bar Rufino a cerrar su día. Medina y Ledezma ya estaban en la barra bebida en mano cuando Aravena pidió un tarro. Se sentó entre los dos cuando Don Lupe comenzaba su cátedra cervecera.

—Los barriles de aluminio eran un armatoste de 30 litros y 40 kilos de peso (cuando estaban llenos), en la parte de en medio tienen un boquete que es por donde los llenan para después ser tapados con un tapón de madera al que le daban unos chingadazos con un marro. En la parte superior tenían lo que llamaban la patente, que es por donde se conectan a las válvulas, ya sea manuales o de gas, para que salga el producto, esto es: cerveza. En esos años, todo mundo me decía que mi empleo en la cervecería era un trabajo de puta madre, y ciertamente lo era. Allí, el más chimuelo mascaba fierro, y yo no podía ser la excepción. Como encargado de cuidar el almacén de barriles había que tener ojo avizor. Sobre todo con los choferes de los camiones repartidores de barriles que iban a restaurantes y bares a venderlos y también con los de las camionetas que repartían pedidos a domicilio y que de vez en cuando llevaban barriles para alguna fiesta. Esos cabrones vendedores habían encontrado el modo de ordeñar los barriles...

—¿Ordeñarlos? —preguntó Ledezma— ¿cómo ordeñarlos?

—Como suena. Ordeñarlos. Digamos que en la mañana sacaban en su carga diez barriles, y por la tarde regresaban tres y en sus notas había siete. Una vil resta. Pero siempre, en las notas había tachado uno. Benditos tiempos en los que todo se hacía con papel. Vaya, de diez hacían once, vendían el onceavo y se quedaban con ese dinero. Como los barriles son de aluminio, no es posible ver que si le falta un poco —o un mucho— de producto. Pura vida.

Sirvió el tarro del Burro quien, comenzó a ver con desconfianza la cerveza, si es que lo era. Con la historia de Don Lupe ya no se sabía.

—A veces los barriles fallaban, la patente podía tener algún defecto y fugar el gas. O a veces el tapón de madera estaba poroso y se salía el líquido o el gas (o ambos). De ese modo te dabas cuenta de que uno de los barriles del almacén estaba fugando. Pero un día lo que le estaba saliendo a un barril no era cerveza clara ni cerveza oscura, parecía como si fuera un capuccino. Se lo muestré a mi compañero, que después de observarlo un rato dijo lo mismo que yo había estado pensando: "está campechaneado". Es decir, alguno de los cabrones vendedores mezcló barriles de cerveza clara y cerveza oscura para hacer otro barril que no logró vender y lo devolvió al almacén el muy güevón. Al día siguiente, le dí el barril al vendedor que había hecho eso, que resultó ser uno de los que hacían pedidos a domicilio y le dije que no se pasara de verga, que no sabía cómo le iba a hacer ni me interesaba, pero que no quería ese barril de regreso en el almacén. Después, por la tarde, cuando regresó de la ruta, dijo que había llevado el barril a una casa donde tendrían una fiesta. Era costumbre que cada vez que dejaban un barril en un domicilio particular, en el que no hay instalación de gas donde poner el barril (como lo habría en un bar), dejan el barril con una tina con hielo, un chingo de vasos y una válvula manual para que puedan servirse, y siempre prueban la válvula delante del cliente para que vea que sí funciona bien y en su defecto, hacer ajustes. El vendedor me dijo que le sirvió un vaso del barril campechaneado al cliente y que éste, una vez que la probó sentenció: "¡Qué sabrosa está!"

—La ignorancia es dicha —dijo Medina.

Don Lupe se fue a la trastienda a atender sus asuntos allí. Los otros tres se quedaron en la barra.

Aravena parecía encontrar un poco de consuelo en el fondo de su tarro. Ojaĺa así lo fuera porque parecía a haber tenido un día de perros.

Empinó su trago y ante las preguntas no hechas, comenzó a narrar.

—Parecían una familia normal. La señora, el morrito y el señor. Cuando pasé por ellos, atrás se subieron la señora, joven la señora y el chavito... con un tubo.

—¿un tubo? —preguntó Ledezma para estimular la narración.

—Si, un tubo, era de tres cuartos y como de un metro de largo... lo vi por el retrovisor... y adelante se subió el señor, joven también. El chavito tendría como cinco años.

Aravena lo contaba con nervio, hasta parecía que seguía viendo el mentado tubo cada vez que miraba el retrovisor. Le dio un trago largo a su cerveza.

—¿y? —preguntó Medina.

—Se subieron allá por la Josefa Ortíz y la 56 y me dijeron "déle derecho, hasta el parque de la Soli", como si no estuviera recibiendo indicaciones de la aplicación, pero pos hasta ahí todo normal, ya hasta se me había olvidado el tubote... hasta que cruzamos Plutarco. Fue cuando el señor se puso a preguntarle a su señora, "¿Aquí es?", "no", "¿Aquí es?", "no", y así cada cuadra. El señor se veía encabronado cada vez más hasta que la doña le dijo: "en la siguiente esquina", "¿segura? ¿estás segura?", "sí", "¡párese en la esquina!", y pos que me paro. Era una casa en una esquina, ya ni me acuerdo cual, pero si paso por allí seguro que me acuerdo. "¿Segura que aquí es?", preguntó el cabrón, "sí, segura", "¡échame el tubo!" y la vieja que le pasa el tubo. "¡No te vayas a ir!", me dijo a mí ¿pero cómo me iba yo a ir? con la doña y el chavito ahí...

—¿Y que hizo el otro? —preguntó Ledezma ya de plano inmerso en el relato, aprovechando que el Burro hacía pausa para darle unos tragos a su cerveza mientras su propietario narraba.

—Pos comenzó a darle de tubazos a todo lo que veía.

—¡ah, no mames!

—¡Si! Las ventanas, las puertas, las macetas, al carrito que estaba estacionado afuera ¡nombre! se estuvo como cinco minutos haciendo desmadre, tubazos a lo cabrón, y de la casa, nada. Yo pensé que iba a salir alguien a meterle unos tiros a ese güey, o que iban a llegar los polis, pero ¡nada!

—¿Y tú que hiciste, Burrito?

—¿Pos que iba yo a hacer? Me dediqué a ver la pachanga de tubazos... y cuando terminó volvió a subirse al carro, no sin antes pasarle de nuevo el tubo a la señora... "listo, ámonos", dijo él, "¿a dónde, joven?", le pregunté yo, "de regreso". Y era cosa de fuera de la aplicación, pero estaba más interesante ese cotorreo. Y ahi vamos, de regreso a donde los subí. Y ya no dijo nada más en el camino. Sólo la doña. Cuando llegamos y se estaba bajando del carro dijo: "A ver si se le quitan las ganas de andar de caliente al hijo de la chingada..."

Publicado el 2025-05-18 por Carlos Garcia Garibay

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Carlos Garcia Garibay

(Guadalajara, 1973), es Licenciado en Informática Administrativa, especializado en Sistemas de Salud y en Administración. Ha sido profesor universitario de literatura, informática y matemáticas para el Instituto de Computación y Métodos, la Universidad Univer, el Colegio de Bachilleres del Estado de Jalisco y la Universidad de Guadalajara. También consultor y ejecutor de proyectos informáticos para el Gobierno del Estado de Jalisco en la Dirección de Estadística y Sistemas de Información y el Departamento de Desarrollo de Control Escolar de la Secretaría de Educación Jalisco y para el Instituto Jalisciense del Adulto Mayor, así como también la iniciativa privada. Actualmente dirige CGS Control y Gestión de Sistemas, empresa de consultores de informática.
Ha sido director editorial y reportero deportivo de la revista de lucha libre DSD la Tercera. También fue coeditor y columnista de la revista digital Pensando en Espiral de Monterrey, N.L. Escritor de novela negra, es autor de los libros Elvis es un buen tipo y Nina cerró los ojos. Fue colaborador para el Proyecto Independiente Rock a Través del Reloj en periódico El Occidental, Canal 58 y Radiovolks. Produjo en Radiovolks el Programa de heavy metal Metalvolks, y actualmente produce y conduce el programa bohemio Noches de Arrabal y el programa deportivo La Patada en los Ovoides, ambos para Music in Loud Frequency en donde produce, entre otras cosas, la barra en español La Culebra y Mondo Bizarro.

srdosis@gmail.com